En terreno: Munich

La escala evolutiva de la sanguchería puede separarse en simples puestos, boliches y el Olimpo, poblado por sitios que son responsables de definir las recetas y gustos a los que deben adaptarse los demás. Naturalmente, lo esperable es una distribución normal. Hay pocos ejemplares en los extremos y muchos en la categoría central.

Hoy estuvimos con C. en Munich, que se autodefine como sandwichería, fuente de soda y restaurant. La referencia que habíamos recibido destacaba que los sánguches de este boliche daban el tipo en serio sin requerir para ello un marco imponente de salón o un emplazamiento olímpico. Es decir, un lugar perfecto para volver a comer después de la resaca del dieciocho.

El Munich está en Vicuña Mackenna casi en la esquina con Santa Isabel. Tiene mesas a la calle -una tarde estival se vivirá mejor así- pero la sala dice mucho: decorado futbolero (portada del debut del mundial ’62), fotos dedicadas a la dueña de parte de figuras populares («De su amigo Pedro Messone«), mesas precisas, una barra y un par de pizarras que anuncian el menú: lomo, churrasco, fricandela, gorda, vienesa, en todas las combinaciones posibles de palta, tomate, mayonesa y la fórmula completo (chucrut/americana + tomate y mayo). Avisado en el muro a vista de todos. No se usa la carta a la mesa. Como debe ser.

Munich, lomo italiano
Munich, lomo italiano

Mientras C. tiraba por la borda su dieta comenzada ayer mismo frente a la especialidad de la casa (punto para el mozo), mi hipocresía me hizo pedir un italiano (debí aclarar que era una vienesa italiana). Señalemos que el pan, en ambos casos, llegó tibiecito, fresco y, en el caso de la vienesa, de un tamaño ejemplar. En el caso del sánguche de la foto, se trató de una hallulla estándar. Arriesgada decisión para una preparación colmada de los ingredientes. No pasó mucho rato hasta que C. dejó de lado el tenedor y el cuchillo para atacar con los dedos.

El maestro sanguchero, mientras, atendía el pedido de la mesa del lado: acariciaba el tomate para darle el grosor deseado, espolvoreó cada cosa con sal, no fue mezquino con la mayo ni la palta (que acusaba oxidación moderada…) y finalmente trozó la hallulla en dos para el mejor comer del cliente. Un especialista.

Como el panorama nos diera nuevos bríos, compartimos un churrasco-tomate entre los dos. Esta vez, el churrasco (obtenido de porciones selladas de carne que el maestro arrojaba a la plancha ante nuestros ojos) estaba jugoso, más que el lomito. El tomate, fragante y lleno de esperanzas por un verano que ya se anuncia. Quizás el punto de sal sea el pero. No obstante, C. reflexionó con tino que probablemente hacer sugerencias en este rubro es una idea bienintencionada pero inútil. El maestro sirve así y ya está. Además, para algo hay salero en cada mesa, ¿no?

Para acompañar, sendos schops de medio litro. Un poco caros eso sí, tomando en cuenta lo que decíamos más arriba: se trata de un muy buen boliche, pero no de uno olímpico. Pero el resultado global fue satisfactorio y nos planteó nuevas curiosidades: ¿qué hay -en materia de sánguches- bajando por 10 de julio? ¿Qué ofrece Irarrázaval?

Ficha

23/09/08
Munich, con C.
Completo, churrasco y schop

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